Desaparecidos UC

DETENIDOS DESAPARECIDOS 
DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE


A pesar de tratarse de hechos conocidos y de vasta difusión, los efectos del Golpe de Estado en Chile han venido dejando persistentemente algunas zonas en penumbra en la memoria colectiva local. La denuncia de la represión de la dictadura militar se ha concentrado, de una forma por lo demás fácilmente comprensible, en las expresiones más brutales ejercidas sobre militantes de organizaciones políticas y en trabajadores vinculados a zonas conflictivas y, por ende, emblemáticas, dentro de las múltiples formas de organización popular que, enfrentándose a la dominación de clase, se expresaron en las luchas sociales que lograron su mayor expresión en nuestro país durante el período 1970-1973. 


Entre estas “zona en penumbra” queremos referirnos en estas líneas a la memoria de la oleada represiva que después de esas fechas cayó sobre estudiantes, académicos y funcionarios de la Pontificia Universidad Católica de Chile, oleada que ha sido hasta hoy escasamente conocida y cuyo recuerdo ha quedado más bien circunscrito a los familiares y amigos de quienes la sufrieron. Esta forma restrictiva que adopta la memoria sobre quienes estudiaban, impartían cursos o participaban en la administración de esta Casa de Estudios, no carece, por cierto, de fundamentos, más aún si pensamos que ella cobijó también a quienes se iban a poner a disposición de la dictadura, como intelectuales o como torturadores.


La Pontificia Universidad Católica de Chile había sido creada en Chile por un esfuerzo orgánico del sector más conservador de la sociedad, el que buscaba reforzar su posición haciéndose presente en las instancias culturales e intelectuales que, aproximadamente desde los años 1860, venían, lentamente, instalándose en nuestro país. Así, a título de ejemplo, podríamos recordar aquí que Abdón Cifuentes, uno de los intelectuales más emblemáticos de esta tradición conservadora, artífice de la fundación de la Universidad y cuya efigie se eleva hoy frente a su Casa Central, en la Alameda Bernardo O’Higgins, recordaba con emoción en sus Memorias “la Asamblea reunida el 31 de marzo de 1889 para inaugurar los cursos que debían iniciarse al día siguiente”. Durante largos decenios, este carácter, propio de la Universidad Católica, generó una imagen de quienes la componían, de los recursos que disponían, de un determinado estilo de vida, de un perfil racial, en definitiva, de la naturaleza marcadamente oligárquica de una universidad donde, en plena República, se ingresaba a través de “cartas de recomendación”. La orientación de la Iglesia Católica durante la primera mitad del siglo xx –recordemos la Encíclica Quadragessimo Anno– contribuirá sin duda a reforzar esta imagen, la que permanecerá inalterable hasta los años 1960.

No obstante esta imagen largamente difundida, con alguna distancia es posible percibir que la Universidad había venido desarrollando un proceso de crecimiento y de cierta modernización desde que, en 1953, Monseñor Alfredo Silva Santiago había asumido la rectoría. A partir de entonces, es posible reconocer con bastante claridad un rápido incremento en la matrícula, en el número de Campus, de Sedes regionales y de Escuelas disponibles y, en consecuencia, en la cantidad de profesionales que se titulaba. Esta expansión va acompañada, además, de un incremento de las publicaciones universitarias y en la creación de determinadas instancias de contacto con la sociedad, como el Departamento de Extensión Universitaria. Un desarrollo de este tipo no podía sino entrar en contradicción con una estructura fuertemente centralizada y jerarquizada como la que había caracterizado a la Pontificia Universidad Católica de Chile desde su orígenes, donde un Rector–Gran Canciller, apoyado en la Ley Canónica, estaba facultado para nombrar a su arbitrio a Decanos y profesores, y donde el Consejo Superior, concebido como cuerpo asesor del Rector estaba compuesto por sacerdotes católicos y militantes del Partido Conservador. Los estudiantes de entonces, como acaecerá muchas otras veces en nuestra historia local, fueron los que tuvieron la valentía de comenzar a plantear sus inquietudes y de manifestar su malestar.

Un primer hito de interés se produce en 1959, cuando la Democracia Cristiana, fundada dos años antes, conquista la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, FEUC, asumiendo su presidencia el estudiante Claudio Orrego con un programa en el que reivindica el humanismo cristiano, lo que iba a traducirse en la búsqueda de una cierta forma de democratización de la Universidad, expresada en el incremento de becas para estudiantes y en la organización de los “trabajos de verano”, que van a tener un significativo papel en mostrar a los estudiantes las reales condiciones en que vivía el pueblo chileno. “Bastaba con alejarse un poquito del centro de Santiago o participar a los trabajos de verano –nos cuenta Marcelo Duhalde, miembro electo al Consejo Superior de la Universidad Católica– para descubrir que una gran parte de nuestros compatriotas vivían entre cuatro tablas, sin agua, sin electricidad, sin trabajo, con los niños desnudos, hambreados y jugando en el barro entre los perros y el mosquerío... 


En Chile, el destino de un hombre se determinaba a su nacimiento: “dime en que hogar naciste, te diré quién serás”. Nada más acertado que este aforismo que pone de manifiesto la estructura oligárquica de nuestra sociedad. “En Chile –había escrito alguna vez Juan Egaña, en los albores de nuestra así llamada Independencia–, se muere dentro del mismo círculo en que se nace”. Esta toma de contacto de los estudiantes con la realidad chilena va a contribuir fuertemente a romper con el aislamiento social y cultural en el que vivía la Pontificia Universidad Católica de Chile.

En 1964, la VI Convención de la FEUC elabora una plataforma donde la voz “reforma” comenzaba, todavía tímidamente, a hacer su camino, expresándose luego mayoritariamente en las elecciones de la misma FEUC en 1966, donde sería electo como presidente el entonces estudiante de medicina, Miguel Ángel Solar.


La Federación encabezada por Solar llama a un plebiscito para decidir la permanencia o la salida del Rector, venciendo esta última con más de un 80 por 100 de la votación. La rectoría no estaba sin embargo dispuesta a cumplir el acuerdo, por lo cual, el 11 de agosto de 1967, la Universidad va a ser ocupada por los estudiantes, iniciándose el proceso que materializaría la Reforma11. En el frontis de la Casa Central de la Universidad se colgará un lienzo que anuncia una verdad que la mayoría de los chilenos han tenido más de cuarenta años para constatar: “¡El Mercurio miente!”


El contexto en el que se daba la ocupación de la Universidad era, sin lugar a duda, propicio para el cuestionamiento de la sociedad en que en esos años estábamos obligados a vivir. Existía, por otra parte, ya una postura del Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, en torno a democratizar las Universidades Católicas, expresada en la Declaración de Buga, de ese mismo año de 1967, declaración que coincidía con las demandas estudiantiles locales de la FEUC.

Pero no solamente en las instancias eclesiásticas existía una atmósfera favorable a la Reforma. En 1964 había sido elegido Eduardo Frei como Presidente de la República y la Democracia Cristiana impulsaba su proyecto de modernización del desarrollo capitalista en Chile, que el momento de la “toma” de la Universidad se expresaba al interior de la sociedad civil, a nivel nacional, en el cuestionamiento de la propiedad sobre tierras ociosas que estaba en la base de la ley de la Reforma Agraria, publicada en el Diario Oficial solamente dos semanas antes de la “toma”.


Así, Chile era expresión de un clima cultural y político que se enriquecía con protagonistas de índole diversa, pero que en su conjunto ponían en cuestión las viejas estructuras y el sentido común de una sociedad agotada: “Fatto fisiologico, esistenziale, collettivo”, como decía Italo Calvino a propósito del clima italiano de la época14, el arte, la historiografía, la estética corporal, la vida, se tornaban irreverentes. Las figuras de The Beatles y de Ernesto Guevara, seguramente mejor que otras, resumen la complejidad de este clima. No es un problema puramente de moda o de forma. Los estudiantes franceses salen a la calle y literalmente ocupan París y establecen un punto de quiebre de la historia del siglo xx. En México, cientos de estudiantes son masacrados en la plaza Tlatelolco. La invasión a Checoslovaquia por la Unión Soviética reforzó la sensación de que era necesario buscar un camino nuevo en el cual una cultura política nueva comenzaba a expresarse. Por ello, “en las manifestaciones cada vez más numerosas aparecen pancartas de Camilo Torres y de Ernesto Guevara”. 1967-68 era vivido como el punto culminante de un proceso en el cual parecíamos a punto de “tocar el cielo con la mano”...


Como muchas veces sucede, fue la propia “toma” la que contribuyó a galvanizar la formación de una comprensión política de los desafíos que los estudiantes tenían por delante. “La ‘toma’ fue una excelente escuela de educación política... Empezamos la ‘toma’ con algunas ideas o más bien sin ninguna idea política pero la terminamos con muchas convicciones. Entramos pensando de una manera, salimos pensando de otra. 


La propaganda de El Mercurio y los enfrentamientos con los partidarios de Jaime Guzmán ayudaron a definirnos... En la casa central de la Universidad Católica, en un gimnasio lleno, recibimos la visita de Dom Elder Camara y un tiempo después en un gimnasio también repleto, la de Luciano Cruz en aquel entonces presidente de la Federación de Estudiantes de Concepción, FEC, el que había sido invitado para debatir con Jaime Guzmán fundador del ‘gremialismo’ y Enrique Correa, dirigente de la Democracia Cristiana. Fue un debate memorable, Jaime Guzmán profesor de derecho, excelente orador y polemista fue perdiendo poco a poco su soberbia, perdió la voz y sus argumentos para terminar ridiculizado delante una masa de estudiantes en delirio y frente a un Luciano Cruz burlón que no lograba entender el hecho que Guzmán creara una organización política, se presentara a las elecciones, debatiera en política y se obstinara a sostener que no hacia política pues era apolítico”.

Desde la “toma” hasta el Golpe de Estado de 1973 el camino se recorre en la permanente sensación de vértigo que le impone al tiempo la subjetividad humana. “El año 69 el ‘gremialismo’, con Jaime Guzmán a la cabeza, gana la FEUC. El núcleo dirigente de la toma había fundado el movimiento 11 de Agosto, que más tarde engrosaría el Mapu, la Democracia Cristiana universitaria se divide permitiendo el triunfo de la derecha... Si bien se obtiene que cada estudiante pague una matrícula en función de sus ingresos, que los estudiantes participen en la elección de las autoridades y que sean representados en el Consejo Superior de la Universidad la Reforma se vuelca hacia la ‘excelencia’ académica, queriendo hacer de la Pontificia Universidad Católica de Chile la mejor universidad del país.

En esas condiciones, la Reforma no se hace con la celeridad esperada: la ‘torre de marfil’ no se quiebra, la universidad tarda en pintarse de obrero y de campesino como dijera el Che... En ese mismo año 69 un puñado de estudiantes y no más de tres profesores formamos el MUI. Ya no se trataba sólo de cambiar la universidad, había que cambiar primero la sociedad. Para dotarnos de una línea política y de un programa unos compañeros tuvieron la idea de ir a la Universidad de Concepción, volvieron con unas revistas y un poco desilusionados pues no los tomaron en serio. Dos años más tarde deveníamos, después del de Concepción, en el más importante de los MUI o FER universitarios eligiendo un representante estudiantil (de un total de cinco) al Consejo Superior de la Universidad”.


En noviembre de 1970, Allende es elegido presidente y se abre uno de los procesos más originales, sino el más original del siglo xx. “Chile es hoy la primera nación de la Tierra –señalará Allende en su Primer mensaje al Congreso Pleno– llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista... modelando la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario”. La vía chilena al socialismo se instalaba así como una opción política propia de su tiempo y de una formación social latinoamericana.


“La auténtica democracia –dirá Allende, en mayo de 1972– exige la permanente presencia y participación del ciudadano en los asuntos comunes, la vivencia directa e inmediata de la problemática social de la que es sujeto, que no puede limitarse a la periódica entrega de un mandato representativo. La democracia se vive, no se delega. Hacer vivir la democracia significa imponer las libertades sociales”19. “Tono existencialmente radical. Este es un tiempo inverosímil –dirá–, que prevé los medios materiales para realizar las utopías más generosas del pasado... Pocas veces los hombres necesitaron tanto como ahora de fe en sí mismos y en su capacidad de rehacer el mundo, de renovar la vida”.


La Pontificia Universidad Católica de Chile como institución se ubica rápidamente en la oposición, generando una imagen de reducto oligárquico que contribuirá fuertemente a situar la represión en aquella zona de penumbra a la que nos referimos. El Canal 13 de televisión, de propiedad de la Universidad, trinchera de élite, se transforma en el principal medio de propaganda de la oposición y el golpismo.

La lucha de clases se agudiza. La oposición moviliza todos los medios a su alcance y desarrolla todas las formas de lucha, rompiendo, desde el paro de octubre de 1972, su propia legalidad. Insuficiente. En marzo de 1973 la fuerza electoral de la Unidad Popular había crecido. La única opción de la derecha para conservar el poder y sus granjerías era el Golpe de Estado. Conocemos su impacto: muerte, exilio, desgarro, ruptura... Más allá de las cifras oficiales y de la búsqueda, podemos estimar el costo humano de la asolada militar en varios miles entre muertos o desaparecidos; en cientos de miles los hombres, mujeres y menores de edad que pasaron por los campos de concentración y en alrededor de un millón de exiliados en los distintos países que les han acogido.


Con todo, lenta, casi imperceptiblemente, se ha ido imponiendo en la sociedad chilena la necesidad de la memoria. Una generación que no vivió el golpe de Estado de 1973 y a veces ni siquiera los rigores de la dictadura se ha comenzado a interrogar por ese vacío de la historia social nuestra. Sin lugar a dudas, la lucha estudiantil forma parte de estos mismos procesos en los que los seres humanos que componían nuestra sociedad avanzaran en el camino de tomar su futuro entre sus manos. Los más de cuarenta años transcurridos desde agosto de 1967 han permitido, tanto a quienes participaron en la Reforma universitaria como a las generaciones que vinieron después, la formación de una atalaya desde la que es posible observar en perspectiva los momentos encontrados por los que ha pasado nuestra historia local y desde la cual parece posible intentar construir una mirada que valore el espesor de una subjetividad que hunde sus raíces en los procesos sociales que a fines de los años sesenta vivía Chile.


La Pontificia Universidad Católica de Chile estuvo presente en aquellos años y la historia local –“chilena”, dirá la historiografía tradicional–, está regada con la sangre de estudiantes, profesores y trabajadores de esta Casa de Estudios.


A esos compañeros caídos queremos rendirles con este pequeño libro nuestro modesto homenaje. A ellos que, por provenir de la Pontificia Universidad Católica de Chile, constituyen hasta hoy parte de aquella “zona en penumbra” a la que nos referíamos al comienzo de estas líneas y que por ello parecen permanecer fuera de la memoria colectiva. A ellos que para nosotros son más que una cifra; que fueron rostros, expresiones, convicción, esperanzas de vida. La mayoría pertenecen al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, tanto porque su estructura en la Pontificia Universidad Católica de Chile logró desarrollarse y madurar, como porque la represión lo hizo durante los primeros tiempos su blanco favorito. Cada uno de los seres humanos que aquí aparecen entregó sus energías a la realización de sus convicciones y a intentar construir en Chile una sociedad más justa. Como dice Marcelo Duhalde, “vino el golpe y todos, o casi, fuimos hecho prisioneros, torturados y expulsados del país. Fuimos los que tuvimos mayor suerte, pues otros, los que aquí recordamos fueron asesinados o desaparecidos”...


                              Extracto del libro “Una luz bajo la sombra" 


El Colectivo Memoria UC se ha creado para recordar a estos 29 compañeros desaparecidos de la UC.


Recordamos a:

  1. Diana Frida Aron Svigilsky
  2. Alejandro Juan Ávalos Davidson
  3.  Jenny del Carmen Barra Rosales
  4. Leopoldo Raúl Benitez Herrera 
  5. Patricio Biedma Schadewaldt
  6. Alan Roberto Bruce Catalán 
  7. Carmen Cecilia Bueno Cifuentes 
  8. Jorge Hernán Müller Silva 
  9. Mauricio Jean Carrasco Valdivia 
  10. Ignacio Orlando González Espinoza 
  11. Luis Enrique González González
  12. José Eduardo Jara Aravena
  13. Juan Alberto Leiva Vargas 
  14. José Patricio del Carmen León Galvez 
  15. Enrique López Olmedo 
  16. Víctor Eduardo Oliva Troncoso
  17. Jaime Ignacio Ossa Galdames 
  18. Alicia Viviana Ríos Crocco 
  19. Juan Carlos Rodríguez Araya 
  20. Eugenio Ruiz-Tagle Orrego 
  21. Enrique Antonio Saavedra González 
  22. Jilberto Patricio Urbina Chamorro 
  23. Omar Roberto Venturelli Leonelli
  24. Héctor Patricio Vergara Doxrud 
  25. Ismael Darío Chávez Lobos
  26. María Teresa Eltit Contreras 
  27. Ángel Gabriel Guerrero Carrillo 
  28. Samuel del Tránsito Lazo Maldonado 
  29. Ernesto Igor Ríos Céspedes
Abajo: Acto de Conmemoración a los Detenidos Desaparecidos de la UC.
Concierto de Chinoy y Velatón. 12 de septiembre, 2011.
Facultad de Humanidades, Campus San Joaquín, UC.


Abajo: imagen de homenaje a los 24 Detenidos Desaparecidos de la UC, por parte de la Plataforma Crecer.



Por una universidad comprometida con su comunidad, con su historia y su memoria, por una universidad realmente católica que aspire a la verdad y a la justicia.